¿Cómo han cambiado con el tiempo los estudios del Nuevo Testamento?
Autor: James D. Ernest
Traducción: Ruth Iliana Cohan (Asociación Bíblica Argentina)
Preguntar cómo han cambiado los estudios bíblicos es arriesgarse a comenzar una pelea colectiva y caótica del tipo “food fight”. Los estudios bíblicos no son algo que sucede por sí solo y evoluciona con su propia lógica interna. Las personas estudian la Biblia. Lo hacen por diferentes razones, en diferentes niveles, de diferentes maneras, y cada uno de estos motivos, niveles y maneras tiene una historia. Algunas veces estas maneras son compatibles, otras no. Cualquiera que diga que los estudios bíblicos solían ser una cosa pero ahora son otra puede estar preparándose para contar un relato de progreso (de la superstición a la iluminación) o una historia de decadencia (de la fe a la depravación). Las personas que cuentan estos relatos tienden a estar emocionalmente unidas a ellos.
Los estudios académicos, en la comprensión moderna, suponen un estudio imparcial, objetivo. Los “estudios del Nuevo Testamento” entonces significan que se siguen las reglas de las disciplinas intelectuales posteriores a la Ilustración, por ejemplo, historia, antropología o crítica literaria para producir explicaciones plausibles y no sobrenaturales de cómo se escribieron los textos. Los biblistas generalmente obtienen títulos avanzados (PhD) que los capacitan para leer detalladamente los textos bíblicos y extrabíblicos en sus idiomas originales, atendiendo al contexto histórico y analizando las narrativas o argumentos. Este tipo de estudios es realizado normalmente por profesores en los departamentos de estudios religiosos, historia y clásicos de las universidades y en departamentos de teología y facultad de divinidades. Proponen hipótesis sobre el texto observando las circunstancias económicas, políticas y sociales, incluida la historia de las ideas y de las prácticas religiosas en el mundo en el que vivieron Jesús y sus primeros seguidores.
Por ejemplo, algunos biblistas modernos han sugerido que los dichos de Jesús fueron recordados y revisados por varios predicadores y maestros, y puestos por escrito en colecciones, y que varias personas anónimas usaron las tradiciones orales y escritas disponibles para elaborar los cuatro Evangelios canónicos. Otros estudiosos han utilizados métodos de las ciencias sociales o datos de la arqueología para analizar el mundo social y cultural del cristianismo primitivo. Otros han hecho dialogar las cartas de Pablo con ideas políticas, sociales o filosofías contemporáneas para mostrar su significado desde una perspectiva diferente.
Elementos de estos tipos de estudios se pueden encontrar a lo largo del tiempo, desde que se escribieron los documentos del Nuevo Testamento. Algunos de los primeros centros de actividad cristiana, especialmente Antioquía de Siria y Alejandría en Egipto, también fueron centros de estudios paganos (no cristianos, no judíos). Los maestros de retórica y filosofía enseñaban a los estudiantes de élite a leer a los grandes poetas, filósofos e historiadores. A medida que la cultura cristiana se desarrollaba y prevalecía, los maestros cristianos utilizaban técnicas de lectura pagana en su lectura teológica o espiritual. Por ejemplo, autores cristianos antiguos como Orígenes, Pánfilo, Eusebio y Jerónimo investigaron nombres y lugares mencionados en la Biblia. Los obispos y predicadores de Antioquía y Alejandría utilizaron métodos de interpretación desarrollados por estudiosos de Homero de la literatura griega clásica. En la Edad Media, los monjes de varios monasterios y las casas de estudio que se convertirían en las grandes universidades europeas aplicaron el conocimiento lingüístico, filosófico e histórico al estudio del Nuevo Testamento. Parte de su conocimiento de conceptos filosóficos derivaba de Aristóteles a menudo a través del mundo árabe. Hasta cierto punto, los intérpretes premodernos estudiaron el Nuevo Testamento como cualquier otro texto.
En términos generales, sin embargo, los biblistas premodernos no pretendían ser independientes y objetivos. Para ellos, estos eran textos que hablaban de los actos e intenciones de Dios, y estaban destinados a ayudar a las personas a alinear su vida y sus pensamientos con los propósitos de Dios. Estudiarlos en el espíritu en que fueron escritos era someterse a un proceso de conversión en el interior de una comunidad piadosa. Esto era tan cierto tanto para los especialistas que utilizaron el conocimiento pagano como para los que se sumergieron en las Escrituras y en la vida de la Iglesia sin el beneficio del aprendizaje secular. Esta tradición de interpretación espiritual y teológica comienza con los primeros seguidores de Jesús, quienes buscaron discernir cómo la vida, muerte y resurrección de Jesús iluminaba el Antiguo Testamento (como llegaron a llamar a las Escrituras de Israel) y viceversa. Al hacerlo, produjeron los libros que llamamos el Nuevo Testamento. A medida que pasaron las décadas y los escritos del Nuevo Testamento fueron aceptados como Escritura, los cristianos lo estudiaron de la misma manera que lo hacían con el Antiguo Testamento, encontrando en ambos varios niveles de significado. Desde el periodo antiguo hasta la alta Edad Media, los intérpretes podían dar prioridad al sentido literal o histórico de un texto, pero también buscaron otros tipos de significados: alegórico (para la doctrina), tropológico (para la moral) y anagógico (para la unión definitiva con Dios).
Del mismo modo, los reformadores del siglo XVI buscaron en el Nuevo Testamento doctrina, moral, y unión con Dios, pero tendieron a rechazar las estrategias de lectura alegórica tradicionales, prefiriendo seguir el sentido literal del texto. Al hacerlo, pusieron en marcha un proceso que, durante los siglos sucesivos, permitió el surgimiento del estudio crítico y académico de las Escrituras. En el siglo XVII, el filósofo de la Ilustración, Baruch Spinoza abogó por la lectura puramente lógica e histórica de la Biblia que no dependiera ni tuviera como objetivo la fe religiosa. En el siglo diecinueve, D.F. Strauss y otros aplicaron tal enfoque a los Evangelios, buscando establecer lo que se podía saber acerca de Jesús basándose únicamente en el método histórico. Incluso los profesores cristianos se volvieron más propensos a explorar las lecturas seculares. En los siglos XIX y XX, la astronomía, la biología, la arqueología y la historiografía científica aportaron conocimientos que socavaron algunas lecturas literales de la Biblia. Surgieron contradicciones desde los orígenes humanos hasta los orígenes cristianos. Mientras tanto, las nuevas formas de análisis literario arrojaron nuevas conclusiones sobre cómo se escribieron los libros de la Biblia. Los cristianos habían supuesto tradicionalmente que Dios más o menos dictaba las palabras de las Escrituras a los profetas y apóstoles, pero los estudiosos mostraron que partes de la Biblia eran el resultado de años de tradición oral seguidos por múltiples niveles de edición. Los biblistas en las universidades utilizaron el análisis literario e histórico desprovistos de supuestos y objetivos religiosos o teológicos. Las personas que habían sido silenciadas o ignoradas previamente (mujeres, no blancos y académicos de países en vías de desarrollo) comenzaron a hacer oír su voz, agregando nuevas dimensiones al diálogo.
En la actualidad, el mundo de los estudios del Nuevo Testamento tiene, por lo tanto, una herencia mixta. Los textos en sí tienen orígenes y objetivos religiosos, pero los académicos pueden estar de acuerdo con esos objetivos de diferentes maneras y en diferentes grados, o pueden no hacerlo en absoluto. Puede haber un consenso general de que los estudios académicos siempre deben proceder de manera objetiva, sin depender de compromisos de fe (o anti-fe), pero la objetividad absoluta es simplemente imposible. En el mejor de los casos, los académicos debaten sus interpretaciones contradictorias y se ayudan a mantenerse dignos de confianza. Organizaciones como la Sociedad de Estudios del Nuevo Testamento y la Sociedad de Literatura Bíblica, por lo tanto, fomentan la colaboración entre académicos de todas las tendencias, sin privilegiar ni menospreciar la fe. Los estudios críticos coexisten hoy en día con los estudios dirigidos a fomentar la fe religiosa en las mismas instituciones educativas, e incluso en el mismo estudio individual. Hay tensiones, pero las peleas colectivas y caóticas del tipo “food fight” son desalentadas.
Bibliography
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